Tener que aguantar que desconocidos te chasquen la lengua por la calle, como si fueras ganado.Tener que aguantar comentarios como ‘sexy white’, ‘why are you alone baby’, ‘hey whats your name’. Andar sola por la acera de una ciudad, sin hacer absolutamente nada, y tener que aguantar que te piten coches y que hombres se asomen por la ventana con sonrisas asquerosas. Tener que aguantar ‘¿Mesa para uno? ¿Dónde está tu marido?’

En Kuala Lumpur esto me ocurría habitualmente. Pasar por delante de una tienda donde hay un anciano en la puerta y tener que aguantar ‘Hello, what’s your name?’ con una mirada más que sucia. No entender por qué coches que pasan rápido tienen que bajar las ventanillas y gritar gilipolleces, si sólo estoy andando y siempre voy con ropa ancha, amplia, no enseñando nada. Y luego ver a sus mujeres en los restaurantes, tapadas de pies a cabeza, sin quitarse el velo que les cubre la boca ni para comer, mirando al suelo, bien calladitas, cuidando de los niños.

Contar una historia sobre cómo te perdiste por la jungla y estabas con la cara roja, sudando, con arañazos por todo el cuerpo pero que al fin encontrarse a otras personas y te acercas a pedir indicaciones, que te miraron de arriba abajo y se rieron, y tener que aguantar que un hombre te diga ‘bueno, seguro que estabas preciosa’. Me da igual estar preciosa, joder, no soy una barbie, no estoy participando en un concurso de belleza. Si esta historia la contara un hombre ¿también me dirías ‘bueno, seguro que estabas precioso’? Probablemente no. Probablemente dirías ‘Bien hecho, machote’.

Tener que aguantar noticias como la que apareció hace unos días en la prensa: ‘Empresarios regalan como estímulo una muñeca hinchable al ministro de Economía chileno‘. Y ojo, que los iluminados de los empresarios acompañaron el regalito con una nota: ‘A la mujer, como a la economía, hay que saber estimularla’. Y ver la foto del individuo, descojonándose con la broma, riendo la gracia, dando palmaditas a los empresarios. Todos hombres, por supuesto.

Tener que ver noticias como ‘Muere una joven nepalí mientras estaba aislada por menstruar’.

Tener que aguantar a hombres que cuando mencionas la palabra feminismo, te suelten “ni machismo, ni feminismo: igualdad”. Hay que ser gilipollas. Deberías empezar por saber el significado de las palabras que usas.

Ir por la calle, ya sea de España o de cualquier otro país, ver acercarse a un hombre o a un grupo de hombres y sentir algo de miedo. Pensar ‘por favor, que no me hagan nada. Que no me digan guarradas, que no me miren escaneándome, que no se paren, por favor hazme invisible’. Tener que aguantar pasar miedo y tener ansiedad sólo por estar sola y que no haya luz o que el lugar no esté concurrido. Encontrar un artículo de una ingeniera de 27 años, Carlota Miranda, que hace esta interminable lista de preguntas a los hombres en su blog ‘no es nada personal’, cito la primera parte:

¿Cuántas veces has dejado de ir a un sitio solamente porque sabías que te tocaba volver a casa solo? ¿Cuántas veces le has pedido a un taxista que, por favor, no se vaya hasta que te haya visto entrar en el portal? ¿Cuántas veces has sentido que ni siquiera eso podría garantizarte el llegar bien a casa? ¿Cuántas veces has mirado, desde fuera, en el reflejo del espejo del portal, si había alguien dentro? ¿Cuántas veces has pensado que qué lento se cierra el ascensor y no precisamente porque llegaras tarde a un sitio? ¿Cuántas veces le has tenido que pedir a tu pareja, a tu amigo o a tu padre que te acompañe para no ir solo? ¿Cuántas veces te has cambiado de acera porque de frente viene un hombre? ¿Cuántas veces te has cruzado con un hombre y has respirado al pensar «qué bien, no me ha dicho/hecho nada»?¿Cuántas veces has fingido hablar por el móvil para intentar evitar que se dirijan a ti?

Lee el texto completo en su post ¿Cuántas veces?. Te comprendo, te respeto, gracias, ánimo, nos queda mucho camino aún.

Estoy en un espacio de trabajo, un coworking. Se me acerca un chico, no recuerdo de qué país, Indonesia o Filipinas, no sé. ‘Hola, qué tal, ¿viajas mientras trabajas?, qué guay, yo también, este coworking mola mucho, cómo te llamas’. Bien hasta ahora, me encanta conocer gente nueva, me encanta que la gente tenga iniciativa e inicie conversaciones. ‘Qué pelo más bonito’ Y empieza a tocarme el pelo. En general no me molesta, a mucha gente le molestaría, pero no especialmente a mí. ‘Qué pelo más bonito’ y me coge los hombros con sus manos. Doy un brinco y retrocedo un paso, le miro seria. Él se ríe. Tener que aguantar eso sin soltar un bofetón con la mano bien abierta. Ahora me arrepiento, debería haberlo hecho. Se va a su sitio a trabajar, no le hago ni caso el resto de la tarde. Al rato se me acerca ‘Mira,a quería enseñarte algo, me gusta tu pelo porque mi exnovia también tiene el pelo rizado’. Y me enseña la foto de una chica muy guapa, súper maquillada con el pelo rizado, con un vestido con el que me extraña que pueda respirar y un escote más que generoso, y el encuadre bien en contrapicado para que se note bien que está bien dotada. ‘Ah, ok’. Y me doy la vuelta. Hay que ser muy, pero que muy gilipollas ¿Qué pretendes conseguir con esta estrategia? ¿No tienes una madre, hermanas, amigas? Para más inri, el tío parece que no ha pisado una ducha desde hace una semana.

Tener que aguantar todo esto y mucha más mierda, por ser algo que no elegiste cuando naciste y que no puedes cambiar.