Mañana se cumplen ocho semanas desde que empecé esta aventura. El 8 es el número de la felicidad en China.

Año del Gallo de Fuego Rojo

El 28 de enero comienza el año chino del gallo, para ser más exactos, el Año del Gallo de Fuego Rojo. Durante mis 18 días en Bali, los ocho primeros días un gallo me despertaba todas las noches poco antes del amanecer. Gallos y gallinas, seguidos por sus polluelos, se cruzaban constantemente en mis paseos por Ubud. Ahora me siento más cerca de los gallos -un animal al que no había prestando especial atención en mi vida- y, a pesar de que la mayor parte de las veces despertaban mis instintos asesinos, les tengo cierto cariño. El gallo simboliza la madrugada y el despertar. El gallo es un líder nato, seguro y determinado.

Ocho semanas de apenas tener una sensación desagradable con la que llevo conviviendo ya mucho años, desde que terminé mis estudios universitarios, y que había empezado a pensar que me iba a acompañar el resto de mi vida: Ganas de llorar. Todos los días. Ganas de llorar motivadas por una angustia, soledad, tristeza y oscuridad sin razón aparente ya que -gracias a Dios- no tengo graves problemas. Tengo salud, no soy una refugiada de guerra, tengo una familia que me quiere, pocos y buenos amigos que me valoran y me hacen infinitamente feliz, tengo recursos, tengo una cabeza más o menos bien amueblada y una infinita e insaciable curiosidad por todo lo que me rodea.

Gratitud

Estos días también estoy sintiendo ganas de llorar, pero por otros motivos. Siento una inmensa gratitud. Siento que el universo está siendo extremadamente generoso conmigo, a pesar de que a veces siento que no lo merezco, que hay muchas otras personas que lo merecen más que yo. Siento una calma y una paz interior que nunca antes había experimentado. Sonrío más. Me río más, a carcajada limpia.

En estas ocho semanas me he reído más que en el último año de mi vida, gracias a conocer a gente divertida, aguda e inteligente; gracias a vivir situaciones absurdas e hilarantes, gracias a que mi mente se está abriendo y viendo la realidad desde una perspectiva nueva. Siento una tranquila confianza en el futuro, a pesar de que no sé dónde voy a dormir la semana que viene. Siento que todo va a salir bien y si no sale tan bien, será porque las cosas tienen que ser así, y siento que tengo dentro la suficiente fortaleza como para superarlo. Siento que estoy justo donde debería estar, haciendo justo lo que tengo que hacer y siendo justo quien tengo que ser.

No recuerdo quién dijo que pensar que no existe nada más grande que nosotros, llamémosle Dios o Alá, o cualquier otro nombre con el que los humanos hayan sentido la necesidad de bautizar este ente superior a lo largo de los más 100.000 años de historia del homo sapiens; es lo mismo que pensar que es una casualidad que, después de que un huracán arrasara un almacén con todos los materiales y herramientas imaginables, apareciera perfectamente construido un Boeing 747 listo para despegar. Por casualidad, por azar.

Hola, Tailandia

Ayer aterricé en Chiang Mai, Tailandia, a las ocho de la mañana. Volé desde Bali a las diez de la noche para llegar a Kuala Lumpur a la una de la madrugada. El aeropuerto de KL es ya para mí un hogar, ahí empezó mi aventura, ahí acabo siempre para hacer los transbordos de los vuelos que he cogido durante estas ocho semanas. El avión a Chiang Mai despegó a las seis de la mañana y, tras tres horas de vuelo y retrasar el reloj una hora, a las ocho puse mi pie derecho en esta ciudad del norte de Tailandia. Un nuevo sello en el pasaporte, esperar al equipaje, cambio de monedas de rupias indonesias a bahts tailandeses, nueva tabla con el cambio a 1, 10, 20, 30 euros como salvapantallas de mi móvil, taxi y a conocer mi nuevo hogar durante la próxima semana. Pegar la nariz a la ventanilla del coche, tratando de capturar con los ojos abiertos como platos el espectáculo de nuevas calles, nuevas personas, nueva arquitectura, nuevas costumbres, un nuevo país que nunca había pisado ni imaginado que visitaría.

Descubriendo el mundo

Apenas había dormido, pero tras airear la maleta en mi nuevo apartamento, sentí la necesidad de ducharme y salir, cámara en mano, a descubrir Chiang Mai. Qué delicia el estado de excitación de tener todo un día, incluso semanas si así lo decido, para salir cámara en mano y perderme, y encontrar cafés agradables para entrar descalza, descansar y trabajar un par de horas; seguir paseando, visitar un templo o dos o tres, encontrar otro lugar agradable para trabajar otro par de horas y probar platos nuevos, sabores extraordinarios, zumos deliciosos, nuevas cervezas; quizá empezar una conversación aleatoria con un desconocido sentado junto a mí; seguir andando sin sentir cansancio, sin sentir dolor a pesar de las numerosas ampollas en las plantas de mis pies; mirar con curiosidad escaparates con ropa, bisutería, zapatos, artesanía preciosa y no sentir la necesidad de comprarlo ni poseerlo ni almacenarlo en la casa que no tengo, sino simplemente deleitarme al contemplarlo, sorprenderme descubriendo todo lo que los seres humanos somos capaces de imaginar, diseñar y crear de la nada. Qué maravilla. Qué placer. Qué libertad.

Todo parece encajar. Todo está bien. Todo es como debe ser. Tengo más de 20.000 fotos que filtrar, docenas de aventuras y anécdotas de las que escribir, personas increíbles que describir, trabajo que hacer, proyectos que empezar y terminar; pero ahora mismo siento la necesidad de publicar este post. Y acompañarlo de las fotos que hice ayer de algunos templos que visité, especialmente la del buda gigante dorado. Esa sonrisa. Esa sonrisa quieta, tranquila, sosegada. Esos ojos casi cerrados. Ese estado de contemplación, de maravillarse porque el mundo es, por el simple hecho de ser. Trato una y otra vez de encerrar toda la intensidad de lo que estoy sintiendo en palabras, en conceptos; pero se escurre, se escapa y danza riendo alrededor de mis vanos intentos. Y no me canso de correr en mi cabeza tras ello. Lo que no se puede nombrar. Lo más relevante es lo que no se dice. Y sentir otra vez ganas de llorar, pero ganas nacidas de una inmensa gratitud, sonriendo, agradeciendo infinitamente estar viva y estar experimentando todo esto. Y compartirlo con vosotros, familia, amigos, desconocidos. Gracias.

Mi ángel

Este post lo dedico a María G, un ángel que me ha acompañado desde niña, desde Escolapias, porque hace unos días me pregunto qué tal estás, has encontrado lo que estabas buscando. No sé si lo he encontrado, mi ángel, porque no sé lo que estoy buscando; ni siquiera sé si estoy buscando algo. Estoy viviendo. Estoy feliz. Soy feliz. Estoy descubriendo que hay otras formas de habitar el mundo diferentes a lo que he estado haciendo durante toda mi vida. Gracias por acordarte de mí, por aguantarme, por quererme a pesar de que la mayoría de las veces no me he portado bien contigo ni con tanta gente a la que quiero tanto aunque no sepa demostrarlo, por aguantar mis egoísmos y mis rencores; por seguir ofreciendo tu amistad como un tesoro a pesar de todos mis fallos, a pesar de todos mis errores. Ojalá pudiera tocarte ahora con la yema de mis dedos y transmitirte y hacerte sentir todo lo que tengo dentro ahora mismo. Gracias. Gracias a Jose también, otro ángel, por hacerte la mujer más feliz del mundo. Os quiero.

Cuando emprendas tu viaje a Itaca pide que el camino sea largo

Y termino con este maravilloso poema de Constantino Kavafis, en el que pienso cada día desde que comencé este viaje, que comparto con las personas con especial sensibilidad que voy conociendo en mi camino, que no me canso de leer, que representa tan bien lo que es la vida, el verdadero viaje que cada uno de nosotros seres humanos estamos haciendo a nuestra manera, tropezándonos y levantándonos, con nuestros anhelos y esperanzas, con toda nuestra humanidad:

Ítaca

Cuando emprendas tu viaje a Itaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.

Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes sensuales,
cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios.

Ten siempre a Itaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Itaca te enriquezca.

Itaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.

Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Itacas.

Y para terminar del todo, las últimas palabras del poema Invictus, de William Ernest Henley:

 I am the master of my fate
I am the captain of my soul.