Gajes del oficio: Hoy sábado he amanecido a las cinco de la tarde. Anochece en un par de horas. Genial. Yo que estaba tan contenta de haber madrugado el primer día tras el viaje de 12 horas volando en dirección opuesta al transcurso del huso horario, burlando al puñetero jet lag. Y resulta que es el jet lag el que se está mofando de mí.

También es verdad que la noche del viernes fue chunga. Tras el subidón de emoción del primer día de aventura, me vino todo el bajón de golpe. Me dejé llevar por el miedo a la decisión que he tomado, echando de menos a familia y amigos, arrepintiéndome de no haber cuidado como se merecen no pocas amistades, pensando en lo bien que lo estarían pasando mis colegas en Madrid un viernes por la noche o en lo estupendo que sería al menos ver una peli en casa acariciando a mis dos gatitas. Sniff. Desarraigo total en un país completamente extraño. Y sola.

A las 4 de la mañana aquí son las 21h en España, así que llamo a mi hermana. Estaba en casa con un amigo que tiene todas las cualidades comunicativas (como él diría, diarrea verbal) para tener una cuenta de Twitter más que popular o ser YouTuber de éxito, pero que prefiere compartir su don sólo con quien se relaciona cara a cara. Charlando con ellos me animo y decido tratar de dormir a eso de las 5 de la mañana. No lo consigo hasta las 6, cuando empieza a amanecer. Y como me he puesto tapones (para evitar el ruido del tren, los críos del cole de enfrente y las obras de al lado), me despierto cuando me lo pide el cuerpo, es decir, a las 5 de la tarde del sábado. Toma 11 horas de sueño.

Me despierto totalmente atontada. Para evitar seguir echándome la bronca mentalmente, intento distraerme recogiendo el piso, ordenando lo que tengo tirado por ahí y redoblando la poca ropa (absurda, por cierto) que me he traído. Dios mío, necesito interactuar con otro ser humano.

calle de Kuala Lumpur

¡Lianas por la calle!

Así que llamo a Helmi, el dueño del apartamento, y quedamos a la noche para tomar algo cerca del condo. Hasta esa hora, decido darme una vuelta por el barrio chino. Me calma pasear entre la muchedumbre de turistas y puestos de todo tipo de productos prescindibles, mientras decido en qué restaurante cenaré. Y me dan ganas de abrazarme a cada occidental que me cruzo.

A las 10 vuelvo a casa y me pego una ducha. Me recuerda a cuando viví en Barcelona y, en verano, me duchaba unas tres veces al día. Qué gusto, cómo reconfortan las duchas, y más si va seguida de un ratito de calma en la terraza escuchando la llamada a la oración. Es un sonido precioso.

Helmi y Alicia

Helmi y servidora en el Barlai

Al rato viene Helmi y bajamos al Barlai, el bar más cercano al condo. Resulta que Helmi, de 29 años e ingeniero de profesión, es propietario del piso donde me alojo pero además tiene alquilados otros tres apartamentos en el mismo edificio. Hace poco más de un año se quedó sin trabajo (cosas de la globalización, la crisis la hemos sufrido todos) y, para lograr ingresos, empezó a alquilar su piso en Airbnb. Le fue más que bien y al cabo de algunos meses, pudo alquilar otros tres para a su vez subalquilarlos a turistas. Y por ahora vive de eso. Estos asiáticos son la leche con las finanzas. A ver si se me pega algo.

Tenemos una charla más que entrañable sobre qué se espera de las personas que rondan los 30 (servidora tiene 32 primaveras), sobre los prejuicios culturales de lo que deberíamos hacer (y más si eres mujer -tic tac, tic tac…-), sobre lo que pensábamos hace 10 años de lo que iba a ser nuestro futuro si éramos chicos buenos y hacíamos lo que nos decían que había que hacer. Hablamos sobre cómo nos sentíamos al ver que la mayoría de nuestro círculo cercano tenía todos esos tics marcados (novio/marido, hipoteca, hijos, coche propio, trabajo estable para el resto de la vida, estar conforme con ese plan de vida, etc.) y la sensación de no encajar en ese molde. Y sobre esa sensación que sentíamos al pensar en ese “pack completo”: ¿Esto va a ser todo? ¿Así va a ser mi vida hasta que me muera?

Hablamos de cosas de esas y muchas otras, todo lo que dieron de sí dos pintas de cerveza malaya. Ya contaré más cositas de la conversación, porque sobre todo el plan que tiene Helmi a medio plazo os va a encantar ¡Ya le he dicho que yo me apunto como socia capitalista y consultora de marketing para sacarlo adelante!